A medida que nuestros antepasados fueron descubriendo las fértiles tierras de la Plana, aquella pequeña población existente en el cerro donde se encuentra el Castell Vell y la ermita de la Magdalena se iba despoblando. Al mismo tiempo se incrementaba la que se había construido en el lugar elegido por Alonso de Arrufat. Durante 1272, es decir, apenas veinte años después de la fundación, ya fue necesario ampliar el recinto amurallado, debido a la gran cantidad de nuevos pobladores que llegaban al nuevo Castellón situado en la Plana. Tuvo gran trascendencia para que fuera así, el reinado de Jaime II, por cuanto otorgó importantes privilegios a los vecinos y con ello consiguió que gentes de otros pueblos se trasladaran hasta la nueva vila. Los traslados de domicilio eran muy frecuentes en la Edad Media ya que las familias buscaban por una parte las zonas con agricultura más productiva y por otra, los lugares donde la presión ejercida por los nobles, a través de sus impuestos, era menor. De ahí que para algunos historiadores haya sido considerado el año 1306, como el de la segunda fundación de la ciudad, al ser dotada de las funciones que bastantes siglos después, eran propios de una capital de provincia.
Las primeras estadísticas que se conocen, muestran que hubo periodos en los que el número de habitantes descendió de manera considerable ya que la nueva vila, como tantas otras medievales, era muy sensible a las enfermedades, las guerras y a la emigración de numerosos vecinos. Fue muy curiosa la redistribución del vecindario en los barrios que consideraban más salubres. Las casas situadas junto a las acequias se fueron abandonando y sus moradores se instalaron, durante el periodo comprendido entre 1470 y 1530, en los barrios situados al oete.
Para los primeros moradores del Castellón situado en la Plana, la religión era muy importante. Una prueba de ello fue el fervor que generó el hallazgo de Perot de Granyana y otra no menos importante, las primeras procesiones que se organizaban desde la Plaza Vieja hasta el Castell Vell. El primer documento que deja constancia de ello es de 1375. No se puede asegurar si pudo ser la primera vez que se acudía en procesión, hasta la Magdalena. pero no existe constancia documentada en fechas anteriores. Aquellas primeras romerías se celebraban el tercer sábado de la Cuaresma. Fue en 1793 cuando se cambió del sábado al domingo siguiente.
Es fácil suponer que aquellas primeras romerías o procesiones tuvieran, en un principio. carácter religioso y después se le debieron añadir algunos aspectos festivos. De cualquier forma, existen testimonios para poder afirmar que las romerías se han ido celebrando a lo largo de todos los siglos. Bien es verdad que hubo algunas interrupciones e incluso variaciones en el horario, pero la fiesta se ha ido vinculando, cada vez más, al hecho histórico de la fundación de la nueva ciudad.
En cuando a las primeras ferias que se celebraron en la nueva vila, no se han encontrado demasiados documentos firmados por el rey Jaime I, pero los pocos que se conservan tienen especial importancia para nosotros. Los primeros están relacionados con los privilegios otorgados a quienes se trasladaron hasta la nueva población. Uno muy curioso regula la forma en que debían adquirir la sal los vecinos de la nueva población. La sal era un producto muy difícil de conseguir. Su adquisición estaba regulada de forma muy especial. En todo el Reino solo existían nueve lugares donde se producía y Burriana era uno de ellos.
Aquellos primeros pobladores disponían de los artículos necesarios para sobrevivir. La mayor parte de ellos podían trabajar sus tierras y criar animales en sus propias casas e incluso por las calles del interior de la vila. Durante aquellos años de la Edad Media, era bastante habitual encontrarse por las calles de cual población: cerdos, gallinas, ovejas y otros animales domésticos. Los vecinos lo aceptaba, pero las autoridades olían esforzarse para lograr una mayor limpieza, aunque no siempre lo conseguían. Sin embargo, durante la celebración de algunas fiests religiosas y sobre todo, en los días feirados, las poblaciones se adecentaban y engalanaban para que se pudieran desarrollar los actos programados con la dignidad requerida.
Las ferias eran considerados imprescindibles para poder adquirir artículos que se producían en otros lugares. Los habitantes de la nueva vila podían adquirir en ellas: tejidos y productos manufacturados, pero sobre todo, las herramientas y animales necesarios para la agricultura. Así mismo, los propios vecinos podía ofrecer a quienes venían de otros lugares, los que les sobraban de su consumo. De esta forma, desde que se consiguió el traslado, los castellonenses trataron de obtener la preceptiva autorización real para poder celebrar una feria. Apenas dieciocho años después de la fundación, el rey Jaime I autorizó la primera que se pudo celebrar en el nuevo Castellón situado en la Plana.
Un documento de fecha 9 de mayo de 1269, señala que la feria debía comenzar ocho días antes de san Lucas, es decir, el 10 de octubre y podía permanecer durante diez jornadas consecutivas. Posteriormente se consiguió modificar, tanto la fecha de celebración, como la duración de la feria y de aquella primera de San Lucas deriva la que todavía en la actualidad se celebra con ocasión de la festividad de Todos los Santos. Durante el reinado de Jaime II se consiguió también un terreno, situado al oeste de de las murallas, donde se llevaban a cabo las operaciones de compra y venta de ganado. El resto de los puestos para comerciar con otros artículos, se instalaban en alguna de las cuatro plazas existentes, lugares donde también se llevaban a cabo las corridas de toros y los diferentes espetáculos de todo tipo que se celebraban con motivo de las ferias.
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