Hasta que Jaime I permitió el traslado de los antiguos pobladores al emplazamiento actual, nuestros antepasados vivían en el cerro del Cstell Vell, de manera similar al resto de quienes habitaban en la Península Ibérica durante aquellos oscuros años de la Edad Media. Durante la etapa medieval cristiana, los vecinos debieron soportar el poder ejercido por los monarcas, la Iglesia y los nobles, pero con anterioridad, es probable como afirman algunos historiadores,que los antiguos cristianos fueran sometidos e incluso de alguna manera esclavizados, por los musulmanes. Es probable que en el cerro donde se encuentra el actual ermitorio de la Magdalena, no vivieran más de cincuenta o sesenta personas que no tendrían más remedio que dedicarse a la agricultura propia de las zonas montañosas, si bien, desearían poder vivir en el llano donde sabían que existía abundante agua. De ahí que, cuando el rey Jaime I conquistó nuestras tierras, se dirigieran al monarca con el fin de que les autorizara a ocupar el llano que podían observar desde sus modestas moradas.
Ruinas del Castell Vell
A los primeros pobladores se les asignó una casa y una pequeña huerta. El reparto lo hacían los denominados repartidors y quienes aceptaban aquella especie de donación se comprometían a residir allí durante un periodo mínimo de cinco años. En el denominado llibre del repartiment se consignan todas las donaciones que se llevaron a cabo en el Reino. Los primeros años de la nueva población, la mayor parte de los hombres se dedicaban a la agricultura o a otros oficios artesanales. También existían comerciantes, religiosos y funcionarios públicos. Las mujeres se ocupaban de los hijos y las tareas domésticas, aunque algunas también llevaban a cabo distintos trabajos para contribuir al mantenimiento de la familia.
Los últimos años del siglo XIV y en el XV, la población experimentó una serie de cambios notables. Los comerciantes tenían más importancia en la vida local; aunque la agricultura seguía constituyendo la base de la economía. Los niños se pasaban la mayor parte del día en la calle y jugaban a las birlas, al boli o la trompa. Durante las ferias o en las grandes solemnidades se lidiaban toros y disputaban pruebas deportivas en las plazas Para jugar a pilota se utilizaba algún muro desprovisto de ventanas y alguna de las calles, aunque con tel tiempo se construyeron trinquetes. Hasta la Iglesia Mayor llegaba algún sermoner durante las grandes solemnidades. Al terminar la función religiosa solía organizarse alguna procesión que solía estar presidida por el clero y las autoridades. De los bailes más apreciados eran el ball pla y la jota, que solían estar amenizados por músicos forasteros contratados por el consell.
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