Durante la dominación visigoda toda la península Ibérica acataba las decisiones de una única persona que residía en Toledo, convertida por Leovigildo en la capital del Reino. No fueron tiempos fáciles, por cuanto la existencia de una nueva religión y algunas costumbres del nuevo invasor, dividieron a los hispanos en dos partes. Los visigodos eran arrianos, herejía surgida durante los primeros tiempos del cristianismo. Las discusiones entre arrianos y cristianos
Con el fallecimiento de Witiza, el penúltimo rey godo, los nobles eligieron sucesor a don Rodrigo. Quienes se consideraban con más derecho a la sucesión pidieron ayuda a los árabes que, durante aquellos años, se habían extendido por todo el norte de África y estaban ya en Tánger, ciudad situada frente al estrecho de Gibraltar gobernada por el general Muza.
Un pequeño ejército musulmán, al mando de Tarik, lugarteniente de Muza, logró atravesar el estrecho en el año 711 y desembarcar en Gibraltar. Sin demasiada resistencia, ya que al parecer, muchos cristianos desertaron, Tarik logró derrotar a don Rodrigo en la batalla librada en la zona situada entre las aguas del río Guadalete y las de la laguna de la Janda.
Nadie podía imaginar que aquella especie de paseo militar del año 711 en el sur de Andalucía, iba a suponer la presencia del pueblo musulmán, en la Península Ibérica, durante casi ocho siglos.
Poca resistencia encontraron los árabes para apoderarse de un país que estaba dividido entre los seguidores de los dos últimos reyes visigodos. En apenas siete años lograron invadir la mayor parte de toda nuestra península. Sólo un grupo de cristianos logró frenar el avance de las tropas musulmanas, refugiándose en los montes asturianos. En el año 722 aquel puñado de hombres, dirigidos por don Pelayo, consiguió derrotar por primera vez desde la invasión a los musulmanes en la batalla de Covadonga. En las montañas astures comenzaba un largo periodo para reconquistar las tierras hispanas y expulsar a los musulmanes hasta el norte de África.
Mientras en Asturias los cristianos pudieron resistir la invasión musulmana, el resto de las grandes ciudades de la Península Ibérica, caían en manos de los árabes que lograron ocupar la práctica totalidad de la antigua nación visigoda. Córdoba fue la ciudad desde donde se ejercía el poder musulmán. El emir Abderramán I decidió establecer, en el año 929, un Califato independiente del de Bagdad y ejercía todo el poder desde su palacio de Medina Zahara.
Durante muchos años se combatió duramente entre las tropas cristianas y las musulmanas. Importantes caudillos árabes como Almanzor que consiguió llegar a ciudades tan distantes de Córdoba, como Barcelona o Santiago, tuvieron que enfrentarse a los ejércitos de los distintos reinos cristianos que surgieron en la Península Ibérica.
El poder del califato de Córdoba era enorme. Llegó a convertirse en la corte más refinada de todas cuantas existían. No solo se lo proporcionaba un ejército poderoso y bien organizado, sino también una cultura y lujo que todavía se pueden apreciar en la mezquita de Córdoba (imagen anterior) y la Alhambra de Granada.
A partir de aquella primera batalla de Covadonga en la que los cristianos lograron vencer a los musulmanes, surgió en Asturias un reino fundado por don Pelayo. La sucesión al trono astur fue difícil. Los primeros reyes tuvieron que superar, en numerosas ocasiones, la presencia de las tropas musulmanes. Con muy pocos medios, aquellos primeros monarcas asturianos ampliaron sus posesiones por la Meseta Norte y fijaron su capital en León.
Mientras tanto surgió el Reino de Navarra y uno de sus reyes: Sancho el Mayor, llegó a dominar los diferentes condados del Pirineo, dando así loguar al que, más adelante, sería el Reino de Aragón.
Tras el fallecimiento de Almanzor, el ejército musulmán no solo perdió a su gran líder, también sus tropas entraron en un periodo de menor actividad. El Califato se fue disgregando en pequeños reinos de Taifas. Al mismo tiempo los cristianos se atrevieron a salir de sus refugios en los montes y llegaron hsta las costads mediterráneas. A pesar de que el ejército musulmán se había debilitado y los reyes cristianos lograban aumentar su potencia, la reconquista de todo el territorio hispano tardó todavía quinientos años en materializarse.
De los primeros pueblos astures surgió el Reino Castellano-leonés y se formó también el de Portugal. El Reino de Navarra seguía fuerte. En el este de la Península se consolidó la Corona de Aragón, surgida con la unión de catalanes y aragoneses. De esta forma, mientras el resto de Europa había entrado en la Baja Edad Media, los problemas de los distintos reinos cristianos de nuestra península, continuaron siendo los mismos durante casi ocho siglos. No se lograron cambios notables aunque el territorio reconquistado por los cristianos iba superando al que permanecía en manos de los musulmanes.
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